El arribo del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), reavivó el uso político -evidente- de la historia en la política. En su imagen corporativa utiliza cinco figuras emblemáticas de la historicidad mexicana para validar su 4T (cuarta transformación).
A lo largo de la historia presente en la política nacional, los políticos, principalmente los presidentes de la república mexicana hacen uso de las personalidades históricas con fines políticos y de identidad. La presencia de los héroes de la historia nacional en el mensaje político permite establecer una personalidad del gobernante.
En la década de los años 70´s del siglo XX; Luis Echeverría Álvarez, presidente de México en el sexenio 1970-1976, aprovechó el centenario luctuoso de Benito Juárez y declaró en 1972, el año de Juárez, en ese momento se reimprimieron textos como “Apuntes para mis hijos”.
En tiempos de Carlos Salinas de Gortari, la figura de Emiliano Zapata fue emblemática durante el sexenio de 1988-1994. Con Vicente Fox Quezada, vino una contrarreforma histórica, se impulsó la moda del combate a la historia oficial[1] y se promovieron autores «anti símbolos» y «anti héroes» reconocidos por los regímenes priistas en sus casi 70 años de partido hegemónico.
Durante el sexenio foxista del 2000-2006, la figura de Francisco I. Madero se utilizó como emblemática de la imagen presidencial.
En el sexenio de Enrique Peña Nieto, la figura de José Ma. Morelos y Pavón fue frecuentemente utilizada para vincularla al gobierno, menos visible el uso político de la historia que en Fox o Salinas, pero con un manejo recurrente del personaje histórico como identidad política de su gobierno.
El actual presidente de México, diseña la imagen institucional del gobierno federal a partir de cinco personajes destacados por su contribución en la formación del Estado mexicano durante diferentes etapas históricas. Estas figuras de la historicidad nacional son (en el orden en el cual los presenta) José Ma. Morelos y Pavón, Miguel Hidalgo y Costilla, Benito Pablo Juárez García, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas del Río. Los primeros dos de la Independencia en los inicios del siglo XIX; Juárez corresponde a la segunda mitad del mismo siglo en la etapa conocida como la Reforma y Madero al igual que Cárdenas del período de la Revolución Mexicana en el siglo XX, Madero iniciador y Cárdenas consolidador de las instituciones postrevolucionarias.
Este uso político de la historia no es nuevo. Al respecto escribe Florescano (2012):
Puesto que la reconstrucción del pasado es una operación que se hace desde el presente, es natural que los intereses que más pesan en ese momento participen en la recuperación del pasado. Cada vez que un movimiento político impone su dominio en una sociedad, su triunfo se vuelve la medida de lo histórico, domina el presente, comienza a determinar el futuro y reordena el pasado: define qué recuperar del inmenso pasado y para qué de esa recuperación. (p. 97)
Efectivamente, la recuperación del pasado se hace desde el presente y en el presente, quien tiene el poder, marca la pauta de lo que se recupera del pasado histórico, el enfoque en el cuál se hace y el uso dado en la identidad de la memoria colectiva al momento de trasladar los valores del personaje al político.
Este fenómeno no es exclusivo de AMLO o de México, es algo consolidado mundialmente, así encontramos presidentes estadounidenses quienes recurren a la figura histórica de Abraham Lincoln, otros como Hugo Chávez y Maduro quienes se cuelgan históricamente de Simón Bolívar o en Cuba donde los revolucionarios se reposan en la figura de José Martí y en algunos casos, del Che Guevara.
Respecto a esta utilización de la historia y sus personajes por parte de los grupos de poder, Florescano (2012) destaca que esto cumple una doble función, por un lado, legitima el poder y por el otro, pretende imponer en las siguientes generaciones la memoria histórica de su reconstrucción.
AMLO pretende legitimar su visión política a partir de posicionar en el ideario colectivo a los personajes históricos emblemáticos. La cuarta transformación (4T) como ha definido a su sexenio 2018-2024, tiene esa doble función, legitimar su proyecto transformador de la nación y sembrar en las nuevas generaciones esa identidad.
Según González (2015), data desde tiempos de la colonia y señala cómo, “al consumarse la Independencia la historiografía oficial cambió de contenido que no de metas y mañas” (p, 142). Advierte el autor que dejó de estar al servicio de la iglesia y se puso a las órdenes del naciente nacionalismo mexicano. Así, en el actual sexenio presidencial cambian los personajes pero no el interés de porque recurrir a ellos.
Una vez consumada la revolución de independencia, se dan las primeras dos fracciones o partidos del sistema político mexicano, los masones del rito escocés y los del rito yorkino[2] (Salinas, 2014), los primeros identificados con la “versión hispanófila y pro Iturbide” (González, p. 143) quienes más delante se conocerán como los conservadores; los masones yorkinos, más cercanos a la escuela liberal donde “se impuso la imagen hispanófoba y pro Hidalgo” (Ídem).
Desde el inicio de México como nación independiente comienza el aprovechamiento de los personajes históricos en la política, polarizando el entorno, situación que perdura después de doscientos años. En los gobiernos priistas del siglo XX se recupera la utilización de figuras de la historia oficial; por su parte, en los sexenios panistas del siglo XXI, identificados más con el conservadurismo histórico, desempolvan a los personajes de la historia embodegados por considerarse conservadores y mandando al baúl a los utilizados por los regímenes priistas.
En el sexenio de Fox, figuras nacionales como Iturbide, Maximiliano, Porfirio Díaz y a nivel local, Santiago Vidaurri, recobran vigencia, contraatacando -esto en términos históricos-, a aquellos quienes lideraron las primeras tres transformaciones del país y de los cuales el partido hegemónico del siglo XX -el PRI- se había apoderado.
Según González (2015), con el triunfo liberal en el siglo XIX, se fortalece la versión hispanófoba y refuerza su difusión, así como la confrontación ideológica reflejada en la identidad de los políticos con los héroes de la historia.
Esta rivalidad donde los personajes históricos son la marca de identidad política[3] permanece durante la Revolución Mexicana donde el movimiento armado y sus poderosos, agregan al sentimiento hispanófobo heredado desde el siglo XIX, un nuevo ingrediente, “toques de indigenismo e hispanoamericanismo”. (p, 143)
La mezcla ideológica de la política mexicana llega a la segunda mitad del siglo XX con un perfil muy definido. De la primera transformación -Independencia- toma el nacionalismo anti español; de la segunda transformación -la Reforma- afianza el ideario liberal donde la democracia y el republicanismo anticlerical son el toque emblemático; de la tercer transformación -la Revolución Mexicana- recupera el sentimiento indigenista, popular, de primero los pobres olvidados por siglos.
Definidas las primeras tres transformaciones, sus aportes y el enfoque otorgado al uso político de cada una de ellas. La interpretación es que AMLO se autodefine como el heredero de estas tres etapas de la historia nacional y por ello, sus personajes emblemáticos están presentes en el régimen lópezobradorista.
México tiene a un presidente hispanófobo, o en lo que esto se haya transformado, lo cual puede ser antineoliberal, entendiendo el neoliberalismo como la corriente de origen economicista donde se pondera el exacerbado libre mercado y la libre competencia transnacional por sobre el enfoque social de la política y los gobiernos, ese hispanofobismo bien puede ser el antineoliberalismo del sexenio de la 4T.
El liberalismo progresista, cimiento de las instituciones políticas, jurídicas y de gobernabilidad es la herencia de la Reforma, por lo tanto, de esta etapa se rescata el sentido transformador emblemático de la 4T y su necesidad por refundar al país. Finalmente, de los personajes revolucionarios se revive la identidad popular, la indigenista, de ahí el discurso populista basado en consideraciones hacia los pobres.
LEÓN-PORTILLA (s/ref.) citado por González (2015) hace una dura crítica al uso político de la historia por los poderosos y señala “al ‘oficialismo’ en la historia que se renueva cada seis años con encubrimiento de nuevos héroes e intencionada amnesia…”. (p. 142)
No sólo en los grupos de poder se reafirma esta identidad nacionalista en la política mexicana, también en los grupos marginales opera este fenómeno. Florescano menciona: “Si para los poderosos la reconstrucción del pasado ha sido un instrumento de dominación, para los oprimidos la recuperación del pasado fue la tabla afirmadora de su identidad, la fuerza emotiva que mantuvo vivas sus aspiraciones de independencia y liberación”. (p. 99)
Esto puede explicar por qué el actual régimen político presidencial, surgido de una corriente ideológica diferente a las anteriores -no es PRI, ni es PAN, es una izquierda popular- ve rentabilidad en el uso político de la historia y sus héroes, además contribuye a explicar porqué la minuciosa selección de los personajes de la historia por parte de AMLO y su equipo.
Algunos de ellos cuestionados por los antioficialismos históricos como es el caso de Hidalgo y Juárez, muy vapuleados por los grupos identificados con el conservadurismo quienes ven el peligro de destacar estas figuras de identidad liberal y popular exacerbando la disrupción histórica de estos personajes durante la docena panista del siglo XXI.
Está el caso de Madero, quien, siendo el iniciador de la revolución mexicana, el apóstol de la democracia, como se le dio el epíteto, fue relegado por los priistas gracias al raigambre constitucionalista post revolucionario de este grupo político, pero al inicio del siglo XXI, gracias a este abandono político-histórico, se convierte en estandarte de Vicente Fox, presidente quien se identificó con el coahuilense.
Lo rescatable de esta práctica es cómo mueve y obliga a los bandos políticos en profundizar los estudios para reinstalar en la memoria colectiva a sus personajes y devaluar a los del político de enfrente. Esto refuerza el revisionismo histórico y acrecienta lo señalado por Florescano donde define como “florecer la crítica histórica”. (Ídem)
Todo hace indicar que el presente gobierno federal estará lleno de símbolos históricos los cuales utilizará oportunamente en su discurso político. Así por ejemplo, el primer tercio del año 2019, ha recurrido a la figura de Emiliano Zapata toda vez que en abril 10 se alcanza su centenario luctuoso y en agosto 8 del mismo año el 140 aniversario de su natalicio.
Esto explica la razón de la presencia del caudillo del sur en la imagen y narrativa oficial, sin embargo, existe un riesgo cuando se recurre a los personajes históricos como parte del uso político. Se corre el riesgo de quedar mal con un sector de la población y de ser visto como advenedizo, sin olvidar que esos personajes en su momento fueron como cualquier ser humano, individuos de claroscuros con triunfos y fracasos, aciertos y errores. Incluso esto, en su paso por la vida pública que es lo cual los convierte en personalidades transcendentales en la historiografía nacional.
Bibliografía
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[1] Se reconoce como historia oficial a la impartida en los libros de texto y sobre todo, durante los regímenes priistas del siglo XX. Se usa el término en forma peyorativa y en reclamo a que en la educación básica no se profundiza en el estudio de las diversas etapas de la Historia. Desde el concepto mismo, es un uso político de la historia y donde resulta atractivo para los resentidos con el sistema político mexicano. En lo general, la llamada historia oficial no es falsa, está incompleta o simplemente adecuada al nivel educativo en el cual se imparte.
[2] Costeloe, Machael P, en La primera república federal de México (1824-1835), un estudio de los partidos políticos en el México independiente; señala a los escoceses comandados por Nicolás Bravo y serían los tradicionalistas o conservadores y los yorkinos comandados por Vicente Guerrero los liberales o progresistas.
[3] Al hablar de la marca de identidad política, se debe saber que no necesariamente ese personaje histórico es el santo o demonio etiquetado por los historiadores, su figura histórica ha sufrido distorsiones, producto del uso político del poderoso o gobernante en turno al pretender imponer, con tal o cual característica de la personalidad histórica del personaje con la cual el poderoso pretenda empatar su imagen propia.