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Juzgar la Historia

Emitir juicios de valor sobre los hechos históricos del pasado es un acto recurrente, con frecuencia se convierte en un deporte público de amateurs. 

Para quienes ejercen el oficio de historiador, se convierte en tentación la idea de juzgar los hechos y personajes históricos, junto al morbo está el interés por agradar al público interesado por el chisme y los hechos anecdóticos.

Juzgar la historia tiene un problema desde su génesis, se hace desde la óptica presente y con la carga valorativa actual, con la estimación de hoy sobre los valores, axiológicos, sociales, cívicos y culturales.

En estas condiciones, salen personajes y grupos a cazar inmoralidades, gazapos históricos, barbarismos, manipulaciones del oficialismo y se confronta la historia llamada maniquea.

Sentar los hechos y personajes del pasado en el banquillo de los acusados tiene un vicio de origen, se hace desde la perspectiva de «bueno y malo»; el maniqueísmo que se combate del oficialismo histórico se aplica en la misma proporción, pero en sentido inverso.

Ejercer el oficio de historiador implica poseer un bagaje académico del momento o personaje que se estudia, analiza o compara; además de elementos metodológicos suficientes sobre la investigación histórica, cuyo aporte permita construir estudios o investigaciones confiables. También debe contar con la madurez académica para separar sus filias y fobias y sesgar lo menos posible el conocimiento.

No hacer lo anterior es activismo, es militancia ideológica, ignorancia académica, manipulación de la verdad y el resultado es un ejercicio de posverdad, para nada es historia.

A ese grupo de activistas, fanáticos o ideologizados pertenecen quienes pretenden declarar culpable por crímenes de «lesa humanidad» a Cristóbal Colón, Hernán Cortés, Alberto del Canto y otros tantos.

La historia conocida como institucional u oficial, se basa fundamentalmente en la historia política, bélica y biográfica. A partir de esto, quienes son motivo de estudio y los acontecimientos por ellos realizados, frecuentemente responden a actos de vileza, crímenes inhumanos, salvajismo puro.

En días previos conocí de un oso bebé torturado. Me ruborizó, indignó y despertó ira saber el daño a un animal que no dio motivos para ser maltratado, menos torturado, pero generaciones atrás juzgaban diferente.

La sociedad actual ha reforzado el amor al prójimo (eso creo), a la naturaleza, los ecosistemas, al medio ambiente. Pensar en los hechos de hace 100, 200, 400 o 500 años con la cultura y carga valorativa actual, hace que aquello parezca cine de terror.

Aplicar juicios de valor desde el presente, permite que veamos la historia del pasado como atrocidades. Con estos criterios Colón fue un salvaje asesino, Cortés un perverso destructor de culturas, Moctezuma II un caníbal despiadado de niños y mujeres, Hidalgo un perverso embaucador, Morelos un insensible ejecutor, Mina un tonto soñador, Juárez alguien enfermo de poder, Porfirio Díaz un asesino insensible, Madero resulta frívolo. Así podemos seguir pues todos cometieron actos que a nuestra carga valorativa merecen desprecio.

Peor aún, en esta manipulación, los buenos son quienes los combatieron pues pretendían mantener el «status quo» de su época.

Derrumbar monumentos, estatuas, quitar nombres a calles, borrar al estilo faraón el nombre de los personajes motivo de nuestro desprecio, no conseguirá que desaparezcan de la historia, como no se borró a Moisés.

Ejerzamos el oficio de historiador y comprendamos los hechos y personajes, sólo así tendrá utilidad el estudio del pasado.

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