El pasado mayo llegó a las plataformas de streaming el filme del Director Fernando Frías de la Parra, cinta que a la fecha ha sido ampliamente criticada y también vanagloriada por grandes del cine, entre ellos Guillermo del Toro.
La cinta nos muestra la vida de un joven líder de pandilla que por circunstancias adversas tiene que huir de su tierra dejando de lado su vida, su familia, pero esencialmente, su música.
Ya en territorio desconocido, el protagonista se enfrenta a los retos propios de la emancipación (aunque por obligación), como lo es hacer frente a una cultura, un idioma y tradiciones multiculturales diferentes que a su preferencia, no son gratas.
Ya no estoy aquí además de dramatizar la historia del joven y su pandilla, nos pone en evidencia un problema latente que sigue lastimando a millones de familias mexicanas, la violencia.
Y la violencia no solo aquella ocasionada por grupos delictivos, también nos muestra la violencia que tenemos en nuestra sociedad, ante ello se evidencia a través de sus tomas la calidad de vida de los lugares en donde se desarrolla el filme, que si bien fue intencionalmente grabado en lugares de alta vulnerabilidad nos modela el descuido, olvido y falta de espacios para la recreación cultural.
Los que seguimos aquí, día a día enfrentamos con una normalidad absurda e irracional a la discriminación (en términos generales) de un sector de la población que por su falta de oportunidades les toca segregarse a una frágil calidad de vida.
En palabras de la cantante canadiense Joni Mitchell quien menciona “veo la música como arquitectura fluida” hoy, quienes están en poder de tomar decisiones y hacer cambios de raíz a problemas sociales, deberán inspirarse a adoptar las medidas necesarias para fincar la columna vertebral de espacios donde se creen oportunidades igualitarias y en este sentido, la música y la vida fluya sin prejuicio alguno.