La semana anterior vimos una avalancha de revelaciones contra del candidato independiente en NL. Se le exhibió por mentir en su declaración patrimonial y mentir sobre la acusación de su ex sobre violencia doméstica. En ambos casos lo grave está en la mentira del candidato y no en los hechos como tales.
En respuesta él asumió un papel de víctima, de perseguido político por los medios y de padecer guerra sucia de otros candidatos. Sus seguidores siguieron ese discurso y atacaron vehemente e irracionalmente todo comentario o meme de las redes sociales en contra de su candidato, briagos de inocencia y cegados por fanatismo partidista.
Lo sucedido se explica por la neuropolítica, una disciplina que abunda sobre lo que sucede en el cerebro al momento de tomar decisiones, en este caso, las decisiones político-electorales, iniciando por el voto.
Los especialistas afirman que al momento de tomar decisiones electorales lo hacemos sin necesidad de mucha información. Es decir, nos vamos por lo que creemos, por lo que sentimos o por lo que percibimos, no por lo que razonamos o analizamos. Antoni Gutiérrez-Rubí en su obra Micropolítica afirma que “tomamos decisiones muy serias e importantes con un gran nivel de exposición a la equivocación”.
El autor explica por qué los fanáticos de un candidato rechazan las explicaciones racionales que difieren de su interés, es decir, de quienes atacan a su candidato. “Cuando el cerebro percibe una explicación distinta a lo que él cree no sólo la cuestiona, es que corta los circuitos de comunicación para que no penetre. Por eso no cambiamos de voto”.
A la explicación anterior se le llama disonancias; es el bloqueo que nuestro cerebro hace a la información racional que puede alterar nuestra realidad emocional.
Pongamos en español la teoría, la neuropolítica explica que una vez que entramos en empatía con un candidato, difícilmente aceptamos una opinión divergente, incluso cuando las pruebas materiales evidencian que nuestro héroe no es tal.
Pasamos esta teoría por los hechos acontecidos en las últimas semanas y vemos la coincidencia. Al candidato independiente se le revelan sucesos objetivos, racionales y documentados que implican falta de probidad sobre elementos de su vida que son determinantes en su actuar ante la eventualidad de llegar al gobierno, con todo y las pruebas sus seguidores lo ven inmaculado.
En el cerebro de sus seguidores se presenta una confusión, se debaten entre la realidad racional y su realidad emocional; entran en juego los mecanismos de compensación, las explicaciones que justifican la verdad fanatizada sobre el candidato independiente y la defensa que al no tener respuesta objetiva, recurre al ataque, a la invalidación y al rechazo de la realidad racional; vaya, es más simple decir “No lo quiero para marido” o “No nada más él roba o miente, también los otros” que aceptar que la verdad emocional es una falsedad construida. ¡Les derrumba su yo interno saber que el héroe no lo es tal! Es una relación elector-candidato enferma donde todos ven lo que el inmerso en la relación se niega a ver.