El caso del menor que disparó a maestros y compañeros en un colegio abre el debate sobre el papel de la educación en México.
Lo primero es definir la finalidad de la educación en el país, establecer sus objetivos de manera tangible y no como un discurso teórico-filosófico, el cual deja espacio para todo y nada.
Los legisladores deben asumir el reto y dejar el discurso politiquero para entrar a fondo en el tema. Se debe legislar respecto a la función social de la educación y los educadores, sobre la tarea principal y las delimitaciones sobre las cuales desarrollar el sistema educativo nacional.
Fueron muchos los comentarios respecto a que hechos como el citado derivan de la ausencia en la transmisión de valores en las escuelas, la falta de educación religiosa e, incluso, la deficiente labor de los docentes.
Lo anterior es reflejo de una sociedad ignorante de sus responsabilidades y la necesidad por tener un culpable a quien responsabilizar ante el miedo y la impotencia de no saber cómo enfrentar las conductas y actitudes de los menores en esta generación.
Si utilizamos la jerarquización de Max Scheller sobre los valores, entenderemos que no existe tal crisis de valores, simplemente, como sociedad, nos enfrentamos a cambios sociales, tecnológicos y culturales que transforman la cultura aprendida hasta apenas 10 o 15 años, por lo cual no estamos preparados para esa transformación, a ello agreguemos que nos definimos como una sociedad progresista y donde la crítica a los valores axiológicos y sociales «tradicionales» es el común denominador.
Valores tradicionales y progreso son conceptos antagónicos, no se pueden transmitir a la siguiente generación los valores en la concepción de hace una década cuando en la actualidad esas conceptualizaciones son obsoletas para un amplio sector de la sociedad.
Para un gran número de los defensores de los derechos homsexuales –no todos, aclaro–, los valores religiosos son un lastre; para muchos padres de familia, el valor del respeto depende si su hijo es víctima o promotor del bullying. Frecuentemente aconsejan a los hijos golpear al golpeador, abusar antes de ser abusados, esto en vez de la denuncia. Vaya, para los padres sus hijos son angelitos y los malos son los compañeros de aula.
Nuestros políticos usan al sistema educativo como un cajón donde descargar su incompetencia, ahora por ley el programa «mochila segura», mañana el docente es culpable por todo lo que ocurra en el aula, ni siquiera tiene derecho a los minutos de atender necesidades fisiológicas o ingerir alimentos como lo marca la ley, pues los recesos o descansos escolares son para alumnos y el docente debe cubrir guardias.
Siempre habrá casos de negligencia, a esos ni defensa, pero no es la generalidad.
Al docente se le responsabiliza por la enseñanza de valores, actitudes, la educación socioemocional y, en general, la formación ética, moral y axiológica de los alumnos, pero eso no cuenta a la hora de evaluar su desempeño, las mediciones internacionales miden información, conocimientos, habilidades lógico-matemáticas y desempeño comunicativo, entre otras; las pruebas Pisa y otras no miden el desempeño docente en la formación afectiva y socioemocional de los educandos.
Es tiempo que el profe deje de ser el gran perdedor de la trama. Si salen mal los alumnos en conocimientos es culpa de los docentes y su sindicato; si fallan en su formación actitudinal y socioemocional también; si fallan en su conducta es por el docente y así por el estilo.
Urge que los legisladores hagan su trabajo para que se defina cuál es la función social de la escuela y el sistema educativo. Sabemos que responderán que «formar» a los alumnos para cohabitar y transformar a la sociedad; eso es una respuesta filosófica y, por tal, ambigua.
Se necesita claridad en los propósitos de la educación, si es formar ciudadanos competitivos internacionalmente entonces que trabajen el área del conocimiento y dejen la formación ética a los padres y tutores; si la labor es la formación socioemocional que entonces se les quiten las pruebas de medición a conocimientos y se les mida en el ámbito afectivo y valorativo.
Es oportuno clarificar la labor docente para entonces exigirles resultados medibles. La sexualidad, valores, religión, tradiciones culturales y más es tarea de cada hogar.
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