De nuevo Elena Poniatowska es el centro del debate, anuncia su nuevo libro literario y en él habla de una violación sucedida –por el personaje–. En vida real son ella y el escritor Juan José Arreola.
El discípulo de Alfonso Reyes fue escritor y maestro de Elena; hoy, luego de 18 años de muerto, está en el banquillo de los acusados, denunciado públicamente de violador por la escritora.
Los hechos se dieron hace 61 años y de esa relación nace el primer hijo de la franco-mexicana.
Despreciable la violación, como advierte el cántico chileno, «la culpa no es de ellas», sin embargo, quedan elementos de por medio que victimizan al acusado, a quien me resisto en llamar violador ante la circunstancia en la cual se develan los hechos.
Habrá quien cuestione se denuncie a más de 6 décadas, en lo personal creo que así hubiera pasado un siglo, el delito debe denunciarse, mínimo en público.
Lamentablemente, para ella en este caso, lo hace en vida y él sin capacidad de defensa en primera voz, aunque las evidencias surgidas implican que la literata puede estar mintiendo.
Poniatowska acusa sin mediar más pruebas que su dicho, el cual, en estos tiempos de linchamientos, feminismo exacerbado y defensa contra la violencia de género, es suficiente para dar una condena pública al implicado.
Quizá Elena no recordó su correspondencia o pensó las cartas por ella enviadas serían ya material destruido, no contó con que los hijos de Arreola conservaran la correspondencia entre ellos realizada.
Debió creer que Arreola destruyó las misivas para protegerse frente la infidelidad a su esposa, quizá pensó fueron destruidas al desaparecer físicamente el escritor, o tal vez, como señala la carta enviada a los medios por parte de hijos y nietos de Juan José, le falla la memoria a la señora y olvidó la forma idílica en la cual se comunicaba por escrito con quien fuera su amor.
El caso sirve para reflexionar el valor que conservan los archivos documentales y el peligro latente en esta era de la tecnología donde la comunicación de inmediatez hace eficiente la comunicación, pero casi imposible la preservación de la memoria histórica.
Elena escribió varias cartas a su amado-violador durante años después de sucedidos los hechos. Ellas confirman lo que en los corrillos del gremio de escritores es secreto a voces: entre Elena y Juan José hubo tórrido romance.
En las cartas deja ver que él quiere casarse con ella, lo cual no es conducta de un violador, menos hace 60 años donde todo quedaría en la impunidad y la vergüenza para ella.
Los textos expuestos denotan que no había malestar, rencor, ira u otro sentimiento negativo de la ahora acusadora contra el acusado.
A la campaña de linchamiento se sumó otra artista, una pianista quien también acusó violación, todo parecería que Arreola era una fichita, pero de nuevo, otra carta limpia su prestigio. En los renglones de la misiva, también fechadas posterior al supuesto crimen, se evidencia que Tita Valencia está enamorada.
A Arreola lo quisieron linchar, cobrar después de décadas una afrenta por no corresponder en amoríos a las damas o ve tú a saber por qué, pero gracias a su cualidad de ratón –almacenar papeles– su reputación tiene defensa.
Ninguna concesión a un violador, pero, el caso motiva a pensar la fragilidad en la que se encuentran muchos hombres en este momento frente a una potencial acusación falsa o movida por una mujer que se siente rechazada y no por un delito.
Pareciera que los jóvenes deben pedir un contrato de aceptación, una carta compromiso de libre voluntad u otra forma de testimonio donde constaten que la relación que sostienen es por libre voluntad y no motivo de un abuso sexual.
Gracias a la tecnología que nos acerca, una prueba como la de Arreola es difícil de tener; los email, texteos y los emojis no son formas perenes de intercambio en conversaciones.
Con las nuevas tecnologías se perdió el romanticismo de una epístola entre enamorados y la desesperación por recibirla; también la posibilidad de tener un documento probatorio de que la relación sexual que haya fue bajo consentimiento.
Un libro destruye la reputación de Arreola y una carta la restituye, ambos textos escritos por una mujer de quien no quisiera pensar, usa la denuncia como recurso de marketing para vender su libro.