Las elecciones 2019 evidencian la apatía de los mexicanos con su democracia. Las razones pueden ser desencanto con los actores, analfabetismo democrático, inmadurez electoral o falta de motivaciones en las campañas electorales.
Durante el proceso electoral 2018, escribí sobre el voto por despecho, aquel que es motivado por el rencor a partidos y actores políticos, el que se emite aún sabiendo que será un error, pero no importa si en la embestida se llevan entre los pies al causante de su despecho.
El pasado 2 de junio hubo elecciones en seis entidades, dos de ellas para gubernatura; ninguna alcanzó el 50% de votantes. La democracia perdió la contienda frente al desencanto. Hace décadas, en Nuevo León las elecciones son concurrentes, es decir, que se realizan en la misma fecha en la cual se llevan a cabo las elecciones federales.
La concurrencia electoral tiene ventajas y desventajas. Son positivas porque hay un ahorro sustancial en la organización de los comicios, además que la difusión nacional, cuando hay elección presidencial, ayuda a motivar la participación.
La principal desventaja se da en la inequidad expresada entre partidos grandes y chicos, pues los últimos gozan de menos difusión frente a los grandes que, al promover sus marcas políticas, estimulan el voto para todos los candidatos de su partido. Es el caso de la elección 2018 en la que AMLO jaló votación para todos sus candidatos.
Los casos más emblemáticos del desencanto con la democracia lo acabamos de pasar con Puebla y Baja California. En el primero de estos estados apenas se logró el 33% de participación, y en el segundo 30%. Ni el PAN pudo mover a los electores a continuar con su estilo de gobernar, ni Morena atrajo suficiente para mover al cambio de rumbo.
Enciende los focos rojos la apatía, la falta de interés por ser corresponsable de las decisiones públicas. Es cierto que son gubernaturas cortas, que en el caso de Puebla hay un desgaste ante la muerte abrupta de la gobernadora, pero nada justifica el abandono de la responsabilidad social que tenemos todos con la democracia.
Para el año 2021, las elecciones tendrán diferentes escenarios a los vividos hasta ahora. Desconocemos cuál será el estatus del PAN, del PRD o del PRI, si estarán unidos como partido, si saldrán divididos, si tendrán posibilidades de contender o estarán de relleno en las elecciones.
Los fenómenos sociales y sobre todo los político-electorales nunca tienen el mismo comportamiento.
Así, el 2015 fue muy diferente al 2018 y seguramente el 2021 tendrá su propia historia. Faltan muchos elementos que afectarán la elección, y aún no están en el tablero, entre ellos, las modificaciones que se hagan y apliquen para la próxima contienda concurrente.
Falta saber el futuro que depara al gobierno de la ´´4T´´ y si éste arrastra –para bien o para mal– a los candidatos venideros. Lo mismo falta conocer si AMLO estará en la boleta bajo el argumento de la consulta para revocación de mandato. Hay muchos cabos sueltos.
La realidad es que la democracia está muriendo y aún no llega a la pubertad. Lo peligroso de este potencial deceso es que no hay proyecto alternativo de salvación, es democracia o absolutismo. No hay puntos intermedios.
Gobernantes deslegitimados no son democráticos, son el resultado de complicidades, negligencias y desencanto. Necesitamos como sociedad mayores compromisos.
Es urgente un programa de afiliación, capacitación, motivación hacia los ciudadanos para que descubran el peligro latente ante el arribo de gobiernos impuestos con un mínimo de votos.
Lo mismo se gobierna desde la legitimación que ofrece una mayoría relativa, un triunfo en una elección con participaciones superiores al 50% que con afluencias del 30%. La diferencia es que en las últimas se gobierna de espalda al pueblo, pues éste renunció a su derecho para elegir.
El 2021 está en puerta la prueba de fuego para la democracia. Esperemos que la efervescencia para renovar gubernaturas en 14 entidades alcance para regresar electores a las urnas. Casi la mitad del país renovará su ejecutivo estatal.
Para incentivar el voto ciudadano es necesario acabar con la burocracia en el INE, con la perversidad de casillas únicas y procesos que asemejan más a las estrategias inhibidoras del ratón loco que a promoción de la democracia.