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Cómo mueren las democracias (II)

El estudio, aunque muchos pueden entenderlo en dedicatoria para el México presente, no es así, corresponde a la preocupación de los autores por la apertura a los demagogos en la democracia norteamericana y la cual dio paso al triunfo electoral de Donald Trump.

En la entrega anterior explicamos que el título de esta columna es una réplica del libro Cómo mueren las democracias de Levitsky y Ziblatt, profesores de Harvard dedicados a estudiar las democracias en el mundo.

El estudio, aunque muchos pueden entenderlo en dedicatoria para el México presente, no es así, corresponde a la preocupación de los autores por la apertura a los demagogos en la democracia norteamericana y la cual dio paso al triunfo electoral de Donald Trump.

La principal preocupación de los autores es el golpe sordo que se da a la democracia desde la dictadura democrática. Advierten que ante la ausencia de un golpe de Estado tal cual y la no existencia de ley marcial ni la suspensión del Estado de derecho, no suenan las alarmas entre la población. 

Abundan: «quienes denuncian los abusos del gobierno pueden ser descalificados como exagerados o alarmistas». Esto demuestra existe una maquinaria bien aceitada para descalificar las voces discrepantes al poder. Una forma de mordaza ciudadana.

Levitsky y Ziblatt explican que demagogos y autoritarios los hay permanentemente y en todas las democracias del mundo, incluyendo la norteamericana.

Citan a algunos demagogos como Henry Ford, Joseph McCarthy y George Wallace, quienes en su oportunidad pretendieron la presidencia de EUA y el sistema mismo se pudo blindar de ellos.

En los «autoritarismos democráticos», el absolutista es un demagogo –concepto que este opinador acuña a partir de la obra Cómo mueren las democracias y en el cual pretendo explicar cómo se dan los golpes de Estado desde el seno mismo de las instituciones democráticas–.

El demagogo enfila su discurso contra las instituciones establecidas, tiene prestigio y fama pública en alguna otra esfera de la sociedad en la cual se desenvuelve y de donde obtiene la popularidad, cuyo éxito lo aprovecha para su incursión en la política.

Estos demagogos cuentan con dos camuflajes: primero, nadie en el mundo de la política los considera peligrosos, se les ve como «un buen chiste» y gracias a ese rating del cual gozan, los políticos tradicionales pretenden colgarse para obtener su triunfo, lo cual ayuda a catapultar las aspiraciones políticas del «absolutista democrático». Según los autores, ejemplos los hay: Alberto Fujimiri  en Perú y Getulio Vargas en Brasil, entre otros.

El error de los políticos tradicionales parte de creer que los demagogos son tontos y manipulables.

Para los autores, los garantes de la democracia son los partidos políticos, algo que sería lo apropiado en toda democracia representativa, plural y liberal. Lamentablemente en el caso de México, aunque la nuestra cumple con las tres condiciones referidas, tiene la aberración de partidos políticos que abandonaron su misión en la construcción democrática.

México es un país con partidos políticos corruptos –esa es la percepción según encuestas–, además que todos ellos en su oportunidad han sido sancionados por violar la ley, por utilizar fondos ilegales o aplicar estrategias antidemocráticas.

Los partidos son los primeros en violentar la democracia y, por ello, sería difícil aceptar que en ellos recae el cuidado de la democracia, cualquiera de los lectores podría afirmar que sería como poner al coyote a cuidar a las gallinas, pero sin duda son el primer filtro contra los demagogos.

Levitsky y Ziblatt ofrecen en su obra cuatro características de los «autoritarios democráticos». Advierten que no es requisito se presenten las cuatro en una misma persona, pero una sola de ellas es suficiente para temer que ese tirano en potencia arribe al poder. 

Las características que distinguen a los autoritarios, según los autores son: 1. Rechaza por palabra o acción las reglas democráticas del juego; 2. Niega la legitimidad de los oponentes; 3. Tolera o alienta la violencia; 4. Expresa su voluntad de restringir las libertades civiles de sus opositores, incluyendo los medios de comunicación.

Pretendiendo analizar a nuestra clase política con estas características, encontramos un problema: todos nuestros políticos y partidos encajan a la perfección en una o más de ellas, incluyendo actuales gobernantes en los tres órdenes de gobierno.

¿Está en riesgo de muerte nuestra democracia? 

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