El 24 de febrero se alcanzan 200 años de haberse utilizado los colores emblemáticos: verde, blanco y rojo en el lábaro patrio, los motivos que tuvo Agustín de Iturbide para su uso son menos nobles de lo que aprendimos en la escuela.
Se nos enseñó que el verde significa la unión de los mexicanos, el blanco la representación de la iglesia católica y el rojo la sangre de los insurgentes; verdades a medias o del uso político de la historia.
Los colores significan unión, religión e independencia, de ahí que cada uno representa a una de las garantías o compromisos que contrajo Iturbide con quienes lo impulsaron a promover la separación de la Nueva España con España.
La unión a la que refiere el verde, en sus orígenes, en la confección de la bandera del 24 de febrero de 1821, es un mensaje de unión para garantizar la seguridad a los españoles radicados en tierras americanas, a los religiosos quienes veían en riesgo su status y poder político, al igual que los militares quienes se encontraban fracturados en dos bandos, los militares españoles ya radicados en nuestro país y los militares criollos excluidos de las mieles del poder.
A partir del 1 de enero de 1820 se inicia en España una rebelión liberal contra el rey Fernando VII la cual pide la vigencia de la Constitución liberal de Cádiz aprobada en 1812 y despreciada por Fernando VII.
El desprecio del rey divide a sus fuerzas armadas en monárquicos y liberales, los segundos defensores de la Pepa, como se llamó a la Constitución gadiana.
El levantamiento ocasiona que el absolutista juramente la Pepa y con ello entren en vigor algunas disposiciones que afectan el status quo de quienes tenían el poder en la Nueva España.
A los religiosos les merma ingresos en el diezmo, desaparece la inquisición y acota su influencia política; los gobiernos se vuelven constitucionalistas y representativos, es decir, se forman espacios de poder con reconocimiento como los ayuntamientos. A los militares españoles les limita el poder pues habría autonomía de gobierno en la Nueva España, no independencia, sino autonomía con un jefe con sentido democrático.
En ese contexto la élite de religiosos y militares españoles promueven la conspiración de la Profesa, un movimiento contrarrevolucionario en el cual los detractores del movimiento insurgente ahora promueven su independencia de España para defender al rey de España y el absolutismo.
Parece y es un contrasentido, un movimiento independentista para defender al monarca que rechaza la independencia.
Con esos objetivos nombran los conspiradores a Agustín de Iturbide el jefe de los ejércitos del sur para combatir a Vicente Guerrero.
El éxito de Iturbide es que logra, con política, con manipulaciones y medias verdades, convencer a todos que sus intereses quedan protegidos en las tres garantías promulgadas el 24 de febrero de 1821.
Convence de dar su apoyo a los españoles asegurando que los grupos insurgentes y anarquistas ya no matarían a peninsulares, esa es la unión prometida, la unión que acabe con la disminución de españoles.
Por sobre su fervor, garantizar a la cúpula eclesiástica que serían la única en una monarquía restituida por Fernando VII o pariente le gana el apoyo de éstos en su proyecto.
Finalmente le dice a los maltrechos y mermados insurgentes lo que anhelan escuchar: Independencia. Sí, pero la versión de Iturbide no la de ellos. La de Iturbide una independencia de la España liberal para esperar el absolutismo, no la independencia liberal de los insurgentes.
Un gran timador que nos lega el máximo emblema a los mexicanos.