El 12 de mayo se anunciaron medidas para la reactivación de la vida cotidiana en forma paulatina. La idea es reconstruir la moribunda economía y evitar la masificación de los contagios, una decisión que llega dos meses después de los primeros contagios en la ciudad Monterrey.
Desde el principio, el debate ha estado entre ponderar salud o economía, cualquiera opinamos que un equilibrio entre ambas es lo adecuado. Se dejaron laborar los «negocios esenciales», aquellos dedicados a la salud, alimentación, servicios financieros y otros destinados a remodelaciones en el hogar. El criterio para definir «esenciales» nunca fue claro, la autoridad prefirió hacerse como que «la Virgen le habla» y «dejar hacer, dejar pasar», asumió un liderazgo tipo laissez fire.
Finalmente, el plan de reactivación al cual pomposamente se le llamó «la nueva normalidad» se conforma de cuatro etapas, la primera de ellas a iniciar el lunes 18 de mayo, supuestamente, durante dos semanas se establecen los protocolos y manuales de operación para los sectores productivo y de servicios, además se consideran entre los esenciales, la construcción, minería y fabricación de equipos para el transporte. Monterrey que ha cambiado su vocación a servicios más que a producción y otras como Cancún que viven del turismo son de las más afectadas pues la educación y los eventos masivos, aún en la «nueva normalidad» estarán restringidos en número y formas de implementación.
Sin que sea oficial, pero con aval de la autoridad, la gente se volcó el fin de semana del 16 y 17 de mayo a las calles, se percibía en el ambiente una sensación de libertad, de liberación luego de un cautiverio forzado de dos meses. Durante este tiempo, muchos opinadores, escribimos o hablamos sobre los cambios conductuales y actitudinales que deberían presentarse en cada uno de nosotros luego de padecer por el arraigo profiláctico. Si las autoridades dejaron correr la salida en estampida de las familias como un ejercicio de piloteo o ajuste para la toma de decisiones, el ejercicio, debo decirlo, es aleccionador, reprobamos la libertad que se concedió veladamente, autorizada o no autorizada, por la autoridad federal, estatal y municipales. Las calles abarrotadas, alcanzó el 60 o 70% de la vialidad ordinaria en un fin de semana de primavera antes del bicho chino. La salida hacia la carretera nacional era un estacionamiento grande, como ocurría hasta fines de febrero de este año, pareciera que alguien dijera: «salgamos a pasear».
No tengo duda que la actitud laissez faire empleada por el gobierno deja ver la reacción indolente, irresponsable y hasta retadora que tenemos muchos nuevoleoneses. Hubiera esperado que luego de dos meses de arraigo profiláctico, se hubiera producido en nosotros, como sociedad, un cambio de forma para concebir y valorar la vida y sus derechos humanos.
Saber valorar la libertad y así no volver a conductas bravuconas, conflictivas y de confrontación como las que se vieron en algunos videos donde la gente peleaba por un lugar en la fila de un restaurante al sur de Monterrey. Nadie pensó que por un acto violento o ilegal, se puede perder la libertad y ser recluido en un centro penitenciario; el arraigo profiláctico es cosa menor frente a la prisión. El arraigo produjo ansiedad por el encierro, pocos previeron que debemos valorar la libertad de circular sin restricciones.
Aceptamos la orden disfrazada de recomendación para no salir a la calle durante dos meses. Tuvimos miedo al contagio y por ello consentimos con estoicismo el arraigo, pero de nada sirve si en pleno pico de contagio, salimos en estampida, en masa, a convivir en las calles en forma irresponsable, sin cubrebocas y sin distancia adecuada, con gente desconocida, sin saber si están o no contagiados y compartiendo hombro con hombro.
Reprobamos como sociedad la libertad rumbo a «la nueva normalidad», cualquiera que sea este concepto. Deseosos por una cerveza, un bocado de un buen restaurante y, hasta un pollo asado en algún sitio de Santiago, NL; los citadinos arriesgamos la vida al salir sin prevenciones.
No es culpa de la autoridad si se presenta un repunte en los contagios a partir de una o dos semanas; quizá hoy se entienda la actitud represiva asumida por momentos durante los meses pasados, en los tres órdenes del gobierno ejecutivo. No aprendimos la lección, pero sí queremos que paternalmente, la autoridad nos cuide y sane cuando somos parcialmente, culpables de nuestro propio contagio.