Vivimos en la séptima semana del arraigo profiláctico decretado por la presencia del bicho en México, faltan semanas para concluir el encierro domiciliar, luego viene la etapa de la contingencia en lo social.
En materia de salud vivimos la tercera etapa, faltan una o dos más, eso que lo expliquen los expertos; aún no salimos de la primera etapa como sociedad, la médica, cuándo ésta amaine empezarán las de atención a la economía y la forma de convivencia entre las familias.
Sobre la reconstrucción económica han escrito expertos y no expertos, sólo agrego que no hay duda sobre la potencial crisis financiera, igual o mayor a la sanitaria.
El Covid-19 nos mantiene en condición similar a la de un huracán, la mayor cantidad de personas se confinan en el lugar más seguro para enfrentar el peligro de acuerdo con sus posibilidades.
Hay quienes tienen quintas, ranchos, casas de campo, posibilidades para irse a una cabaña u otro centro de acampamiento; para ellos el arraigo es más placentero; amanecer en un entorno bello y fresco, quizá con una montaña de vista o el correr de un arroyo o río, resulta terapéutico.
Para los más, el arraigo es similar a una prisión, es ahí donde la templanza y la armonía entre la familia son la clave para sobrellevar los días que faltan de confinamiento.
He escuchado a funcionarios del gobierno establecer un parangón entre el bicho y una guerra, a los médicos con soldados en combate y a la población como sobrevivientes de una conflagración, nada de ello lo comparto.
Días atrás, en esta columna, mostramos la historia de vida de un sobreviviente de la segunda guerra mundial y lo que debió pasar para salvarse él y su familia del embate alemán, de los aliados y del hambre por guerra; nosotros no estamos en guerra, hay hambre, sí y mucha, cientos o miles de familias en este momento cuando usted lee esta columna se debaten para ver cómo llevar tortillas duras, un tomate pasado o una sopa a sus hijos, con todo y ello, no es el hambre de una guerra.
Hoy sufren los pobres, los trabajadores que viven al día, sin embargo, la mitad de los asalariados tienen un ingreso fijo, ya sea en el servicio público o empresa grande; en una guerra nada vale, el hambre y miseria es para todos, sólo los cercanos a los combatientes ganadores tienen mejores condiciones de vida.
El personal médico y hospitalario son profesionales admirables, no héroes, no hay heroísmo en realizar el trabajo para el cual se formaron. Son tan héroes como el policía quien ronda las calles expuesto al contagio, el chofer de transporte público quien cohabita con cientos de personas sin condiciones de prevención óptimas, o los maestros de educación básica y superior quienes han logrado el heroísmo de aplicar en su trabajo las nuevas tecnologías en bien de sus alumnos, tan valiosa la salud física como la mental, cognitiva y socioemocional.
No se trata de minimizar el trabajo del personal de la salud, sino entender que, desde la trinchera, todos aportamos, no hay trabajo despreciable ni menor; como en toda guerra -siguiendo la analogía de las autoridades-, es tan valioso el soldado como el cocinero quien provee los alimentos o el de telecomunicaciones quien maneja información estratégica.
Debemos preocuparnos por el mañana, por hacer nuestros los nuevos hábitos, entender que la vida hedonista, los placeres materiales, y el utilitarismo basado en el consumo, nos vuelven incompetentes cuando debemos sobrevivir fuera de los insumos que las urbes cosmopolitas proveen.
Esta contingencia debe enseñar a los padres que, devolver a los hijos a la lectura de cuentos, historias, aventuras, fábulas y leyendas es una forma de prepararlo para soportar emocionalmente una contingencia peor a futuro.
Entender que jugar en el parque, realizar actividades domésticas como cambiar un foco, lavar ropa o eliminar una fuga de agua en la llave, son actividades que el día de mañana pueden abonar frente a un arraigo como el vivido.
Regresar al diálogo entre padres e hijos, a las meriendas familiares -según las posibilidades- y a la charla de los antepasados, son mecanismos para soportar el encierro en lugares de confinamiento.
Mañana deberemos recordar que preparar los alimentos es una tarea de integración familiar. Vaya, quizá hasta se reviva la tradición de hacer gorditas de harina y las tortillas paloteadas, lo cual, además de sano es emocionalmente gratificante. Si lo vivido en esta pandemia no se vuelve un aprendizaje significativo, de poco habrá servido haberlo vivido.