En una democracia lo único que justifica perder los derechos humanos y las libertades, son: una catástrofe de salud como el Covid-19, un desastre natural como los terremotos vividos o una condición de guerra donde el Estado combata a un enemigo de la nación
Al inicio de la cuarentena hubo voces que compararon al bicho con un estado de guerra, me parece excesiva la afirmación, aún en fase 3 no llegamos, ni por mucho a lo que es esa condición.
Nadie mejor para opinar que un veterano de la segunda guerra mundial, condecorado por actos de valor y quien narra mucho de lo que es vivir en guerra, afortunadamente, no se parece ni por mucho, lo que actualmente vivimos.
Nos angustian seis semanas de arraigo en el domicilio con los servicios que la economía puede pagar, sin faltar el agua, la luz y para los más privilegiados, internet, televisión de paga y Netflix.
En el súper no escasean los alimentos, a lo sumo se racionan algunos productos limitados por cliente; nada similar ni por poco, a lo vivido por nuestro personaje: Salvatore Sabella, italo-mexicano, nacido hace 91 años en Nápoles, felizmente casado y radicado en Monterrey.
En su libro «El otro mundo», describe lo que fue su vivencia en la resistencia italiana cuando a partir de 1940, a sus escasos 11 años, se presenta en Nápoles la ocupación alemana.
Salvatore se convierte en jefe de familia, su padre, es de los primeros en enlistarse al ejército, siendo el hijo mayor debe cubrir las necesidades del hogar y asumir el rol «del hombre de la casa».
Su madre realizaba labores de enfermería en el hospital de los Incurables, eso, además de ayudar a la economía doméstica permitió en la primera etapa, que la familia tuviera un poco de alimento extra, pues como en toda guerra, lo primero en faltar son los víveres los cuales se destinan a los soldados en combate, lo mismo que la ropa y otros artículos de primera necesidad.
El racionamiento del «alimento era muy severo y aun y cuando algunas veces podíamos raspar las cacerolas del hospital, cada día se hacía más difícil». Mientras pudo, los primeros meses, la señora Bracale de Sabella pudo traer sobras de la comida del hospital a los hijos, cuando esto acabó, Salvatore debió enfrentar su rol como jefe en la familia, con 11 años y meses.
Tuvo que abandonar Nápoles para ir a las afueras de Roma a trabajar de machetero en la descarga de camiones alemanes cargados de explosivos y municiones, la labor era peligrosa pero contribuía para llevar alimento a la casa.
Salvatore a esa corta edad, pierde el miedo a los cadáveres, la convivencia cotidiana y la falta de ropa, lo llevan, como a cientos de italianos del entorno, a usar la ropa de los muertos, despojarlos de ella, al cabo los dueños ya no tendrían frío.
Con 14 años, se convierte en parte de la resistencia italiana, la población civil se vuelca contra los alemanes, repitió tantas veces como recuerda el grito de los partisanos: «combatir alemanes y fascistas», todo era ver una camisa negra y ahí estaban de todas las edades, enfrentando al enemigo.
De regreso a Nápoles, disparó miles de cartuchos de ametralladora desde las azoteas. Ésta y otras acciones le llevan a ser perseguido por los alemanes quienes lo cazaban junto a otro puño de niños.
Los primeros días de septiembre de 1943 desembarcaron los aliados en Salerno, motivados, iniciaron «la limpieza interna», robaron armas y como fiel resistencia, atacaron a los alemanes, el retraso del arribo de los aliados en Nápoles, los obligó a «esconderse en el sótano del hospital de los Incurables, lugar lúgubre, depósito de los desechos del sanatorio y su laboratorio, oscuro, insalubre»; ahí permanece un grupo de 6 a 8 jóvenes, Salvatore rondaba los 14 o 15 años; durante 60 días se alimentan de lo que les llevan otros partisanos a hurtadillas y con peligro de muerte.
Don Genaro, el conserje del sanatorio fue quien periódicamente les alimentó, narra en su libro Salvatore. Al final de la guerra supieron que sus nutritivos bocados fueron de cuyos, conejos y otros animales utilizados para las investigaciones de laboratorio en el hospital.
Faltan páginas para narrar la historia de un sobreviviente en «un verdadero estado de guerra», condecorado recientemente con la medalla al honor en Nápoles, nos hace ver que por mucha incomodidad, nuestro arraigo es VIP comparado al vivido en tiempos de guerra.
Hambre, frío, muerte, epidemias y desolación, esa es la guerra; nosotros hoy tenemos enfrente a un bicho y muchas armas para combatirlo, lo primero es #QuedarnosenCasa y practicar higiene corporal.