La corrupción es intrínseca al mexicano
El presidente Peña Nieto (EPN) dijo que la cultura de la corrupción es inherente al mexicano, que es genético, intrínseco a la conducta de las personas. La respuesta fue contundente se le fueron opinadores y comunidad en redes a la yugular; lo acusaron de mil cosas. Lo que EPN les dijo fue una imprudencia, una gracejada o simplemente espantó a los ofendidos verse al espejo, saberse descubiertos, ver sin maquillaje su interior.
No se trata de defender o atacar a EPN. El asunto es entrar de fondo al axioma. ¿Es cultural la corrupción en los mexicanos, es un gen del ADN latino, es intrínseco a la conducta nuestra?
La respuesta es sencilla, según todas las encuestas, los mexicanos desconfiamos de los mexicanos. La aplicada en la metrópoli Regia en 2010 y 2012 sobre cultura de la legalidad, reflejó que la mitad de los regios creemos que la otra mitad es corrupta. El 70% en 2012 creyó que en lo general todos somos corruptos.
Esa misma medición que es del equipo de Antanas Mokus, con respaldo de la UANL y la sociedad civil organizada en México; revela que la mayoría de las personas estaría dispuesta a encubrir a un familiar que comete un acto que viole la ley.
Es recurrente el discurso de que somos más los buenos que los malos, un cliché barato y novelesco que está como las guapas de las novelas, alejado de la realidad. Los pillos, los criminales, los delincuentes, los que portan armas, los que defraudan, los que violan la ley cohabitan con sus familias y nadie los delata. Por cada delincuente hay al menos 2, 3 o 5 personas ligadas a él que saben de sus faltas a la ley y nadie los denuncia. Así que no nos extrañemos de reconocer que no es cierto que somos más los buenos que los malos.
Son miles las viviendas de gente honrada y proba que tiene diablitos en sus medidores; son miles los conductores que violan los reglamentos de tránsito y ofrecen moche a los agentes. Son por muchos conocidos los actos de prepotencia -también es corrupción- de periodistas y reporteros que charolean o estacionan sus autos en zonas prohibidas. Recientemente los medios padecieron la embestida de los cibernautas que acusaron a sus periodistas estrellas de corruptos.
Podemos seguir enumerando los casos de gente «bien» vinculada a la corrupción. Vaya, no podemos evitar pensar que algo anda mal en la sociedad en conjunto y en cada miembro de ella que impide abatir la corrupción.
Lo fácil es responsabilizar al gobierno, claro que tiene responsabilidad, pero acusarlo de ser el único responsable es asumir un posicionamiento paternalista, ese que los que se desgarran vestiduras por la corrupción desprecian. Siempre que hay un servidor público corrupto hay enfrente un ciudadano corrupto, sea porque acepta el acto indebido porque lo propone, pero es parte del problema.
Ya basta de linchar a EPN por quitarnos el maquillaje y mostrarnos nuestro verdadero rostro al espejo. Su culpa es decirnos la verdad, algo a lo que los mexicanos no estamos acostumbrados, preferimos siempre construir nuestros mundos maravillosos y creer a quienes nos venden espejos llamativos.
No afirmo que debamos exonerar al presidente, afirmo que no dijo una sola mentira al afirmar que para combatir la corrupción debemos combatir la naturaleza misma de los mexicanos.
La respuesta de linchamiento convalida lo dicho por EPN, la reacción no fue porque dijo una balandronada o una incoherencia. Lo virulento de la reacción es más porque nos muestra el lado oscuro que todos tenemos y del que nos avergonzamos, el que no queremos mostrar en sociedad pero del que todos estamos contagiados; sea porque lo tenemos genéticamente adquirido, porque es parte de nuestra inteligencia emocional, de nuestra inteligencia social o culturalmente adquirido por el entorno familiar y social. Como sea padecemos el virus de la corrupción y podemos paliar los síntomas pero difícilmente curar el malestar.