Los casos recientes de represión o exceso en el uso de la libertad de expresión obligan a repensar su importancia en las democracias. Sin libertad de ideas y de expresión no hay democracia.
La libertad de ser libres (no es Perogrullo, porque ser libres no es algo que se permita u otorgue) fue bandera de los movimientos político-sociales a principios del siglo XVII; su consigna se centraba en combatir los privilegios de las monarquías absolutistas donde el pueblo no tenía derechos frente al despotismo del poderoso y la nobleza.
Entre las motivaciones para exigir libertades se encuentra principalmente el surgimiento de una clase social basada en el poder económico, segregada de la nobleza y por tanto del poder político de las monarquías y la iglesia.
Este nuevo estrato social llega a tener tanto o más poder que la nobleza pues ésta basaba su riqueza en la producción de la tierra y la posesión de siervos, mientras para el nuevo grupo social, el flujo de dinero les ofrecía poder con el cual negociar.
Los templarios son un excelente ejemplo de estos grupos empoderados por riqueza y que fueron determinantes en el desarrollo arquitectónico, económico, religioso y cultural de la Europa medieval.
Los templarios desaparecen en el siglo XIV a manos de una conspiración entre el rey Felipe IV y el Papa Clemente V, donde poder y dinero se combinan; fueron los templarios quienes en forma oculta y alejados de la iglesia católica dan fuerza a un grupo de civiles reconocidos como masones los cuales se autonombran descendientes de cantereros, casualmente, son los templarios quienes llevan la arquitectura de avanzada a Europa y edifican grandes catedrales con el conocimiento traído del mundo árabe.
La referencia de la masonería cobra vigencia pues son el grupo que apoya y difunde el pensamiento liberal de la revolución francesa. Pensamiento plasmado en la declaración de los derechos del hombre y el ciudadano en 1789 y en cuyo texto, la libertad se define y delimita.
Según la declaración citada la “libertad consiste en poder hacer todo lo que no perjudique a los demás”…, “La Ley sólo tiene derecho a prohibir los actos perjudiciales para la Sociedad.”…, “Nadie debe ser incomodado por sus opiniones, inclusive religiosas, siempre y cuando su manifestación no perturbe el orden público establecido por la Ley.”… y “La libre comunicación de pensamientos y opiniones es uno de los derechos más valiosos del hombre; por consiguiente, cualquier Ciudadano puede hablar, escribir e imprimir libremente, siempre y cuando responda del abuso de esta libertad en los casos determinados por la Ley”.
Los conceptos de libertad y ciudadanía se registran en la Gaditana aprobada el 19 de marzo de 1812. Dejando en claro los causales por los que se pierden los derechos ciudadanos.
Será en la primera Constitución mexicana, la de 1814 donde explícitamente se señalan la libertad de pensamiento y expresión para los mexicanos. Es oportuno reflexionar sobre su origen porque en el presente parece distorsionarse su valor y aplicación.
Recientemente un comunicador fue arrestado por manifestar sus opiniones relativas a una servidora pública de la 4T. Violando el principio que rige la libertad de opinión y de expresión.
En otro caso, una comunicadora convertida en vocera del PRIAN usa su medio de comunicación para agredir e insultar a una precandidata, violando los límites y permisividades para la libertad de expresión.
Urge retomar el origen y esencia de las libertades de pensamiento, opinión y expresión en tiempos donde los excesos la amordazan o la pervierten.