Fray Servando Teresa de Mier fue un personaje polémico, vivió en el sistema, a favor de él y contracorriente. El 13 de diciembre de 1823, en el contexto del congreso constituyente de 1823-1824; defendió su concepto de republicanismo federalista contra el federalismo estilo norteamericano que pretendían para México otros diputados.
Su discurso se convirtió en testamento político, algunos lo definen como profético; en la actualidad sería controversial por vigente y por políticamente incorrecto.
Fue profético: décadas después México pierde la mitad de su territorio, primero Texas y luego la región de California; se cumplió su argumento, federar con demasiada autonomía y libertad a los estados provocaría divisiones y motivaría la invasión de otras potencias, en este caso EUA.
En el siglo XXI sigue siendo parcialmente profético. Disentía sobre el precepto de soberanía popular, asumir que “el pueblo manda” alentaría a demagogos quienes hablando a nombre del pueblo se podrían convertir en tiranos, al menos intentarlo.
Aseguraba que un pueblo ignorante, con hambre sin cultura y sin conocimiento de la política era susceptible de manipulación por los demagogos, hoy les podemos decir populistas. ¡Tenía razón!
En el presente sería controversial pues afirmó que los diputados constituyentes no deberían legislar pensando en sus entidades de origen. Parcialmente es correcto, son diputados de la nación y su labor es procurar el territorio y población en su conjunto, no con la visión parcial de una entidad federativa; siendo real, esto atenta contra las nuevas formas de entender la función legislativa, por supuesto, recordemos que el contexto de 1823 es incompatible al actual.
Inicia su argumentación afirmando que disentía de lo expresado en el artículo 5° de la propuesta constitucional en discusión con soporte en el artículo 6° donde se hablaba de los estados de la federación a los cuales se les establecía como independientes y soberanos.
A Fray Servando lo podemos entender a partir de la evolución en su pensamiento político, maduró en las casi tres décadas transcurridas entre el discurso del 12 de diciembre de 1794 en el marco de las celebraciones a la Virgen de Guadalupe y su discurso político-profético del 13 de diciembre de 1823, justo 29 años después uno de otro.